lunes, diciembre 14, 2009

" BREVE POST DESDE MI VENTANA "

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Lo normal, es que un hombre de mediana edad y aspecto saludable, ataviado con un insustancial atuendo, que camina por la acera a paso tranquilo, pero resuelto, no despierte mi más mínima curiosidad. Pasará igualmente inadvertido, aún cuando el paseo discurra bajo una intensa lluvia invernal, a no ser, claro, que queramos incorporar al rutinario cuadro, un ínfimo pero decisivo detalle, un paraguas cerrado, que anclado al antebrazo izquierdo del sujeto, se contonee ritmicamente como queriendo denotar su desperdiciada presencia. Cualquier otra conducta humana, podría provocar de inmediato todo tipo de análisis e interpretaciones, enconados debates, un sin fín de teorías confrontadas y ninguna solución inequívoca. Y sin embargo de este comportamiento tan particular, solo pueden extrapolarse dos conclusiones: Este hombre, es un poeta o es un idiota, siendo esta última, la acepción más popularmente aceptada para este tipo de casos. Como hasta donde yo sé, al caballero en cuestión, no se le conoce verso alguno y además, estadísticamente, esta demostrado que en el mundo hay más idiotas que poetas, me encuentro en disposición de determinar sin temor a errar, que mi vecino del segundo derecha, Juan Alfonso P. es un idiota. Resta ahora comprobar, si se trata de una idiocia pasajera, o por el contrario estamos ante el típico caso de idiotez crónica, así las cosas, solo queda sentarme pacintemente, a vigilar junto a la ventana, en busca de cúmulos y estratos y de Juan Alfonso, ya que se trata, como no puede ser de otra forma, de un pronóstico temporal.

lunes, junio 08, 2009

"ANDY WARHOL , SU INFLUENCIA EN EL TEATRO MODERNO"

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"No te preocupes, aprieta los talones, levanta los brazos y sonríe"


María Victoria Crespo.



... si no recuerdo mal, fue Andy Warhol quien aseguró que en el futuro todos disfrutaríamos de nuestros quince minutos de fama. Yo así lo creo, todos vivimos ese momento, puede que sean apenas segundos, tal vez horas, quien sabe si años, pero los míos si, fueros aproximadamente quince minutos. Novecientos segundos apoteósicos, inborrables. Un cuarto de hora, es lo que duraba mi participación en una representación teatral, que a la postre resultaría memorable, nunca se vio mayor simbiosis del actor con el personaje, que entrega incondicional en el escenario, que compromiso con el público, que dominio del espacio, que interpretación tan sublime. Nunca supe de que trataba la obra. Yo era un árbol, tenía cinco años.

No te preocupes, aprieta los talones, levanta los brazos y sonríe. Estas fueron todas las instrucciones que Marivi, profesora de infantil, nos susurro entre bambalinas uno por uno a los cinco niños que, disfrazados de árboles, conformábamos lo que debía ser el bosque donde se desarrollaba el entramado de la obra. Como es preceptivo en estas ocasiones, cuando las madres son las encargadas del vestuario, la uniformidad del mismo no era tal, así mientras yo tenía más bien aspecto de Abeto común, otro de mis compañeros, del que colgaban varias tiras de cuerda con un sin fin de hojas pegadas, asemejaba a un Sauce, un tercero, más por su contundente físico que por su disfraz, bien podría ser un Roble, completaban el quinteto lo que parecía un Olmo y, por último, una suerte de Encina. El resto de los figurantes era un conjunto de cuatro o cinco niños disfrazados de diferentes animales, que debían juguetear gateando entre los árboles. Finalizando con el elenco, cuatro niños protagonistas, estos si, con texto, que desarrollaban la historia.

Cuando, ocupados nuestros puestos y adoptadas las posiciones acordadas, el Sauce empezó a gimotear mientras el telón se levantaba, empecé a tener el presentimiento de que aquella no iba a ser una tarde cualquiera. Terminé de confirmar esa sensación con solo mirar a mi izquierda, donde descubrí a uno de los niños, que minutos antes me agarraba de la mano mientras Marivi me daba las instrucciones, era un ciervo en mitad del bosque que, erguido sobre sus dos patas traseras, talones apretados y brazos levantados, sonreía al público.

A los tres minutos, una niña con coletas recitaba su texto inutilmente, porque a esas alturas, los gimoteos del Sauce habían tornado en sonoros plañidos. Roble y Abeto manteníamos obedientes nuestras posiciones. En una de las esquinas, la Encina, habia bajado una de sus ramas para hurgarse la nariz. El Sauce llorón, fue deforestado bruscamente por una señora de moño imposible, que irrumpió en medio del bosque para sorpresa de todos, menos del ciervo, que inmutablemente seguía practicando la grulla en medio del escenario. Yo empezaba a ser consciente del peso de mis propios brazos suspendidos en el aire.

Dos minutos más tarde, dos niños cantanban una canción en mitad del escenario, Roble y Abeto conservábamos obedientes nuestra postura original. El Olmo había bajado definitivamente los brazos y ya no sonreía. La Encina seguía reconociendo cada milímetro de su nariz minuciosamente con el dedo. El zorro, de alguna manera, había convencido al ciervo de que su mundo estaba entre los vertebrados, y empezó a corretear con el resto de animales. Mis ramas perdían altura por segundos.

Apenas siete minutos de actuación, empecé a notar un ligero calambre en mi brazo izquierdo. Miré a mi alrededor, el Roble se mantenía firme, sonriente, impasible. Lo que había sido un Olmo, ahora con los brazos derrotados y rodilla al suelo, no alcanzaba ya la categoría de lamentable arbustillo. La Encina había empezado a palparse la nariz a dos manos, y entre el público distinguí al Sauce, sentado en las rodillas de la señora del moño absurdo, lamía un helado.
Creí distinguir el momento oportuno para descansar los brazos, y entonces ocurrió. Cuando el Roble se orinó encima, sentí que todo el peso del bosque recaía sobre mis doloridas ramas. El Roble, con los talones apretados, los brazos extendidos, y el tronco empapado, empezó a dar diminutos saltitos hacia atrás, sin dejar de sonreir al público, paso por mi lado y desapareció tras las cortinas dejando un reguero de gotitas de orín, por el que dos segundos después se arrastraría el ciervo, que definitivamente había aceptado su condición animal. Siete minutos después yo era el bosque. Yo era el único que dotaba de cierto sentido y coherencia a todo lo que estaba pasando encima del escenario. Lo comprendí al instante y acepté estoicamente el sacrificio, levantando aún más los brazos como señal inequívoca de que asumía la responsabilidad.

No se exactamente en que momento, pero el público también lo entendió. De nada valía que la niña de las coletas, se contoneara a lo Marisol de provincias en el centro de la escena. A nadie le importaba que el Olmo, tirado ya en el suelo, empezara a morderle el brazo a una especie de ardilla, que trataba de zafarse desesperadamente del súbito ataque. Nadie atendió a la Encina, que a estas alturas se había provocado una hemorragia nasal, que intentaba contener introduciendose una hoja de cartulina por la nariz. Todas las miradas se dirigían a mi, y yo vislumbraba en ellas una mezcla de respeto y admiración. Entre el público, el Sauce también me observaba boquiabierto, mientras su helado, derretido, invadía el bolso de la señora del moño disparatado, que tampoco apartaba su vista de mis ramas.

Habían pasado aproximadamente quince minutos, cuando la niña de las coletas pronunció su última frase y el silencio se apoderó del auditorio. La niña, atónita miraba a la profesora, que estupefacta miraba al público, que absorto me miraba a mi, sin darse cuenta de que la obra había finalizado. Supe lo que tenía que hacer, baje lentamente los brazos, apoyándolos contra mi tronco, a esta señal el público comenzó a aplaudir. El Olmo se incorporo y se adelantó, junto con la Encina que ya no sangraba y junto al resto de niños que, agarrados de la mano saludaban al público en el extremo del escenario Yo quedé detrás, talones apretados y manos pegadas al tronco, sonriendo. Ya no interpretaba, sonreía de verdad, porque me aplaudían a mi, todos me aplaudían a mi.

Quince minutos. Yo era un árbol, tenía cinco años y el resto de mi vida esta siendo un mero trámite.

miércoles, abril 08, 2009

" Y LOS SUEÑOS, ¿SUEÑOS SON? " (Garzón!! Garzón!! Garzón pirulero!!)

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Al principio todo eran urgencias, agitadas carreras, un sin fin de aspavientos al llegar a la altura del kiosco y la sección nacional antes que la tostada. Pero ya no.


No alcanzo a recordar ni porques ni cuandos del hábito de dormir con el transistor encendido, debió aflorar en algún momento en el que no me convendría mucho escucharme, de lo que estoy seguro es de que fue hace ya tiempo (cuando las radios eran transistores, cuando la gente hacia aspavientos a las alturas de los kioscos).

Supongo que mientras dormimos atravesamos algún tipo de fase fronteriza entre vigilia y sueño donde estos se confunden y se entremezclan y es entonces cuando las noticias de la radio se deforman al traspasar el filtro del inconsciente. Sirva a modo de ejemplo un sueño, que se me ha venido repitiendo últimamente en un par de ocasiones, en el cual me aparezco dando un placido paseo por el campo, hasta que descubro asomándose entre unos arbustos a Garzón, versión camuflaje y escopeta en mano, que apuntándome fijamente dispara el gatillo, fundido en negro y de nuevo Garzón, esta vez versión toga y birrete, servidor en el banquillo de los acusados, la sentencia me declara culpable, por ser cazado sin tener la licencia de ciervo reglamentaria (la última vez que lo soñé, añadía señalándome con el martillo: "y te he eliminado de mis contactos del facebook" ... se ve que empiezo a soñar con los extras)

(Hubo una temporada, que la televisión sustituyo a la radio, entonces Rick agarraba con firmeza el brazo de Ilsa en el aereopuerto, y le susurraba: "A ese tipo le huele el aliento a rayos, y sin entrar a valorar los inconvenientes de su micropene, jamás le sentara el sombrero de ala ancha, como me queda a mi")

Si bien en este caso, es fácil concluir al despertarse, que todo ha sido obra de mi fantasiosa psique (porque yo renuevo puntualmente mi licencia de ciervo cada año), hay otros casos en los que no resulta tan sencillo desglosar lo real y lo onírico, y uno no puede saber a ciencia cierta, que parte del sueño ha sucedido realmente y cual no, y claro, al principo todo eran urgencias, agitadas carreras, un sin fin de aspavientos al llegar a la altura del kiosco y la sección nacional antes que la tostada. Pero ya no.

Ya no, porque en ocasiones tengo sueños memorables, pateras que rescatan guardias civiles naufragados, primeras damas francesas en pelota picada, nuevas lineas de condones bendecidos por el Papa, exministros de economía jugando a la petanca...y entonces prefiero no abrir el periódico

Ya no, porque en ocasiones sueño con terremotos, y trenes explosivos, legiones de personas desempleadas, policías removiendo vertederos ... y entonces prefiero no abrir el periódico

P.D.: Odio la realidad, pero al final es verdad, que es el único sitio donde te puedes comer un buen filete.