martes, noviembre 22, 2011

SOBRE EL ECOLOGISMO Y OTRAS CATASTROFES NATURALES


(Esta entrada se concibió hace varios meses, mientras una ganadora de un famoso concurso benéfico destinaba su premio a una asociación de perros abandonados, y se ejecuta ahora, con la debida demora que ha de contemplar todo perezoso.)

El ecologista vocacional siempre me ha producido cierto cosquilleo nervioso, que bien podría resumir, más o menos, en la misma sensación incómoda que me asalta al sentarme junto a un vegetariano a la mesa. (amigo, los sapiens no hemos llegado hasta aquí comiendo brócoli)

Vaya por delante, que yo siempre he sido naturalmente respetuoso, y observo cuidadosamente las pautas medioambientales homolagadas para cualquier ciudadano medio. Procuro comprar productos ecológicamente aprobados y en la medida de lo posible reciclables o/y reciclados, disecciono con meticulosidad forense todas mis bolsas de basura e intento, siempre que puedo, no disparar a ningún oso panda, aunque confesaré, que lo hago más por sentirme socialmente integrado que por convicción.

Y esto es porque creo definitivamente que el problema medioambiental no es una cuestión de concienciazión o sensibilidad, sino de aforo. El planeta tierra es un buen concepto como idea, no tiene grandes defectos de base, pero si algunas carencias en los acabados, básicamente, alguien olvido colgar un cartelito gigante en el firmamento: "Aquí caben 145 millones de personas sentados y 358 millones de pie." ...y punto.

El hombre, un ritmo de crecimiento vertiginoso e insostenible y ningún depredador conocido, es una definición inequívoca de plaga. Somos pulgones en la madre de todas las lechugas. Así las cosas, nunca me podré tomar en serio a ningún ecologista mientras me diga que el problema medioambiental se resuelve comprando bombillas de bajo consumo y cerrando los grifos mientras me lavo los dientes, en lugar de con una esterilización sistemática y metódica de tres cuartas partes de la población mundial. (siguiendo algún tipo de criterio, que racionalmente podría ser permitir la reproducción a partir de ciertos niveles de coeficiente intelectual, pero, si lo que se trata es de dejar un bonito planeta, yo me decantaría más por criterios estéticos, como por ejemplo, esterilizar a los pelirrojos, a los cantantes de reggeton, a los boyscout y a Paquirrin).

Así pues, mi relación con los ecologistas es complicada, recuerdo ahora, a una muy buena amiga, ecologista, pero del subconjunto de ultradefensoras de los perros, con las que mantenía divertidas y acaloradas discusiones que obedecían siempre al mismo guión:

Yo la aseguraba que no tenia absolutamente nada en contra de los perros, que siempre preferiré un perro a un alcornoque, porque el primero me resultaba mucho más estimulante, pero siguiendo esa misma premisa, preferiré siempre un humano antes que cualquier perro. En su turno, ella me replicaba alabando los parabienes de la fidelidad canina, y enumerando casos donde los perros llegan a salvar las vidas de sus amos, a lo que yo en seguida apuntaba, que por cada caso de un perro que ha salvado una vida humana, yo le podia encontrar veinte que han mordido el peroné de una tierna viejecita , su respuesta, también inmediata, es que muchas más vidas quitan los humanos a los propios humanos, y llegaba así mi turno: por cada humano que mata a un igual, yo te encuentro veinte que salvan las vida de otra persona, entre otras cosas, porque la mayoría de los perros, por más fieles y listos que sean, no saben operar una apendicitis, así que llegado el caso, yo siempre preferiré un cirujano a un fosterterrier con pedigree.

Así se iban enredando las cosas, entre réplica y contraréplica, hasta que yo me cansaba y le decía, "mira, los humanos cuando se encuentran se dan la mano o un abrazo, los perros se huelen el culo, ¿no te da eso que pensar?". Ella me regalaba una sonrisa cómplice y me susurraba cariñosamente al oído: "si los hombres pudieran como los perros lamerse sus propias pelotas, el 99% lo haría sin duda". Y aquí se acababa la conversación, porque esto es lo que yo llamo, un argumento definitivo.

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